
A PESAR DEL DIAGNÓSTICO, CONFÍA EN MÍ
Por Daniel Acosta
14 Entonces Jesús les dijo claramente:
—Lázaro ha muerto.
17 Al llegar, Jesús se encontró con que ya hacía cuatro días que Lázaro había sido sepultado. (…)
25 Jesús le dijo entonces:
—Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; (…..)
37 Pero algunos de ellos decían:
—Éste, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriera? (…)
39 Jesús dijo:
—Quiten la piedra.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
—Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió.
40 Jesús le contestó: (…)
—¡Lázaro, sal de ahí!
44 Y el que había estado muerto salió (…)
Juan 11:11-44 (La Biblia, DHH)
Un médico se encontraba atendiendo a un paciente terminal, mientras lo iba examinando, el paciente le hizo esta pregunta: “Dígame, ¿me voy a morir?”, el médico que era cristiano con mucha calma le dijo: “Todos en esta vida sabemos que vamos a morir, y yo puedo morir antes que usted, así que creo que la pregunta correcta sería: ¿A dónde me iré después de la muerte?”. Esto propició que tanto el paciente como el médico tuvieran una profunda charla sobre la vida eterna. A veces es importante no enfocarse tanto en la enfermedad, sino en la persona.
Existen personas que son sanadas milagrosamente — y eso es una realidad —, pero hay otras personas a quienes nunca les llega el milagro de la sanidad, y a pesar de que son fieles a Dios, inevitablemente se llegan a preguntar:
¿Por qué a ellos sí y a mí no?
A lo largo de los evangelios vemos que Jesús había recibido todo tipo de enfermos y cada uno de ellos fue sanado de una manera milagrosa, pero… en el caso de Lázaro, se trató del peor diagnóstico que pudo haber recibido Jesús por parte de Marta:
«Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió»
El milagro de la sanidad llegó demasiado tarde como para salvar a Lázaro y aquí surge una pregunta: ¿por qué Jesús no sanó a Lázaro cuando aún estaba enfermo?, Jesús pudo haberlo sanado a distancia como ya lo había hecho con otros enfermos; sin embargo, decidió postergar el milagro y hacer las cosas a la manera de Dios y no como lo estaban pidiendo sus familiares.
Ahora bien, si yo tuviese una enfermedad terminal, ¿qué debería hacer?:
¿Le pido a Dios que me sane o que me ayude a aceptar mi diagnóstico?
Francamente no es fácil contestar a esta pregunta porque tan solo el hecho de recibir un diagnóstico alarmante o una llamada devastadora desestabiliza nuestras emociones y nuestra fe. Está bien que uno pida a Dios sanación, nadie quiere sufrir una enfermedad y Dios contesta a esas oraciones, pero hay otros casos en los que Dios permite que la enfermedad siga avanzando y es en ese punto que a los que lo sufren les cuesta aceptar el diagnóstico y se preguntan:
“¿Qué hice mal, por qué a mí?”
Es probable que digamos esto porque no sabemos cómo reaccionar y sin darnos cuenta llegamos a cuestionar el amor de Dios cuando empezamos a pasar por circunstancias difíciles, y es así que nuestra fe puede colapsar. Pero el amor de Dios no se mide de acuerdo a lo que nos esté pasando, sino de acuerdo a sus propósitos. Así como Jesús tuvo compasión de aquellos que sanó, también tiene compasión de aquellos a los que no les quitó su enfermedad; todos sabemos que Lázaro fue resucitado, pero también sabemos — aunque no está escrito — que tarde o temprano volvió a morir. Entonces:
¿En qué consiste el amor de Dios para nuestras vidas?
Jesucristo venció a la muerte, de modo que la enfermedad y la muerte no son un problema para Dios, lo que Él verdaderamente desea es salvar nuestras almas. La muerte es el acontecimiento más natural de la vida: cuando Jesús le devolvió la vida a Lázaro, con ese acto sobrenatural, de alguna forma nos dijo que nuestra vida no terminará en una simple cajita marrón para luego ser sepultados, sino que con la resurrección de Lázaro nos estaba mostrando su poder al mismo tiempo que un pequeño anticipo de la promesa de resurrección para los que lo aman y obedecen, porque el propósito de Dios es más espiritual que físico.
Por otro lado, es lógico que la familia de Lázaro y sus amistades hayan orado fervientemente a Dios para que éste pueda ser sanado, pero esa enfermedad terminó en muerte y cuando llegó Jesús, tanto su familia como los allegados a Lázaro lo criticaron por no haber hecho algo para que no muriera, pero la respuesta de Dios siempre llega en su tiempo y no como nosotros pensamos.
¿Por qué Dios se muestra callado ante esas oraciones?
Si te das cuenta Dios nunca estuvo en silencio, al contrario, Él siempre nos habló. Dios se expresa a través de su Hijo, recuerda que la Palabra se hizo hombre (Juan 1:14) esa es la forma de expresarse de Dios; otra forma es a través de su creación (Salmos 19:1) Él nos habla con todo lo que nos rodea; y otra forma es a través de situaciones y hasta en enfermedades (Job 33:14-19). ¿Lo entiendes? Dios nunca está callado, Él siempre nos está hablando con amor pero no nos damos cuenta, solo debemos aprender a reconocer su voz. Si oras a Dios, solo debes esperar confiadamente su voluntad, porque no solo Él conoce el número de días que nos queda, sino que también se preocupa de nuestra por nuestra salvación.
Ahora bien, no hay ninguna mención en la Biblia de que Lázaro le haya hecho algún reclamo a Dios (como sí lo hizo Job), al contrario, fueron otros quienes reclamaron. Esto nos lleva a entender que Lázaro mantuvo su fe intacta aún a pesar de su diagnóstico, la PAZ cimentada en la confianza en nuestro Señor nos protege de toda angustia o desconsuelo. Dios no siempre nos curará milagrosamente, pero sí nos ayudará a sobrellevar nuestras enfermedades en PAZ (Lee Filipenses 4:6-7), y eso es algo que debemos considerar porque la paz que viene de nuestro Señor supera toda angustia, temor e inseguridad, porque el creyente que siempre confió y amó profundamente a Dios, sabe firmemente que su relación con el Creador no termina con la muerte, sino que trasciende esta vida hacia la eternidad, y es que Jesús sabe claramente que no existe ningún epitafio para el alma.
Así que mientras estemos en este mundo, y hasta que lleguemos a nuestro verdadero hogar, recordemos las palabras de nuestro Señor cuando nos dijo:
“La paz les dejo, mi paz les doy (…) así que no se angustien ni tengan miedo”.
Juan 14:27
Finalmente y aunque nuestros días se acaben, el amor inquebrantable de nuestro Señor siempre estará con nosotros.
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